La muerte de Dios. El amor al prójimo
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La muerte de Dios. El amor al prójimo

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Reseña de la clase impartida por Manuel Fernández Blanco

Juan Carlos Ríos


Reseña de la presentación de MANUEL FERNÁNDEZ BLACO de los capítulos XIII y XIV del Seminario 7 de Jacques Lacan: La Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 27 de octubre de 2012.

Manuel Fernández Blanco inició su comentario de los dos primeros capítulos del apartado La paradoja del goce situando la función del padre a partir del mito del asesinato del padre como origen de la ley. Dos referencias freudianas serán clave: Tótem y tabú (1), y Moisés y la religión monoteísta (2).
Citará a Vicente Palomera para recordarnos que un padre es aquello a lo que los hijos dan muerte, es decir que el asesinato del padre es lo que funda al padre. Asesinato del padre de la horda que para Freud constituía el origen real, una suerte de Big Bang, de las instituciones humanas: no habría cultura, no habría civilización, no habría conciencia moral del sujeto, ni existirían instituciones humanas, sino a partir del asesinato del padre.
El duelo por el padre, en el Edipo, funda el Superyó. El Superyó es entonces una de las consecuencias del asesinato del padre.

Lacan se apoya en dos conferencias que impartió hacía poco tiempo en Bruselas y que son conocidas como Discurso a los católicos (3) y hará referencia a la conocida epístola a los Romanos donde se dice: solo tuve conocimento del pecado por la ley. Se tratará entonces de situar el nudo entre la Ley y el pecado, siendo la ley la que nos hace pecadores.

Manuel Fernández Blanco recordó que en este seminario el acceso al goce Lacan lo sitúa en el paradigma de la transgresión: Se accede al goce por la transgresión, es decir, sin ley no hay transgresión y por lo tanto la ley es necesaria para acceder al goce.

En este sentido se destacò como uno de los fragmentos nodales de estas lecciones las palabras de Lacan en la página 214: “Freud escribe El malestar en la cultura para decirnos que todo lo que del goce se gira hacia la interdicción se dirige en dirección a un reforzamiento siempre creciente de la interdicción. Cualquiera que se dedique a someterse a la ley moral ve siempre reforzarse las exigencias siempre más minuciosas, más crueles, del superyó”. Es decir que las personas con mayor rigidez moral, las que se  permiten menos, sufren más de culpabilidad. Freud dirá que esto ocurre porque los deseos son irrenunciables:

“Conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad; el segundo, es el temor al superyó. El primero obliga a renunciar a la satisfacción de los instintos; el segundo impulsa, además, al castigo, dado que no es posible ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos. (...) Originalmente, la renuncia instintual es una consecuencia del temor a la autoridad exterior; se renuncia a satisfacciones para no perder el amor de ésta. Una vez cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha autoridad y ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad. Pero no sucede lo mismo con el miedo al superyó. Aquí no basta la renuncia a la satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y no puede ser ocultado ante el superyó. En consecuencia, no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida, circunstancia ésta que representa una gran desventaja económica de la instauración del superyó o, en otros términos, de la génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual ya no tiene pleno efecto absolvente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe exterior amenazante -pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior- por una desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de culpabilidad” (4).

Lacan para desentrañar la función del padre parte del texto de Freud Moisés y la religión monoteista (5). Lacan dice que a Freud lo que le interesa es ver como en ciertas atmósferas paganas surge el monoteismo. El primer monoteísta de la historia fue el faraón egipcio Akhenatón, cuyo reino se desarrolló en torno al año 1350 antes de Cristo. Él instituyó el monoteísmo sobre la base del culto del dios único, del Sol como dios único. Su reino es breve y, tras su muerte, se intentarán borrar todas sus huellas de la cultura egipcia. Se destruyen los jeroglíficos, por lo que no quedan muchas huellas de la época. Freud en su Moisés, parte de una hipótesis: la hipótesis de que Moisés habría podido ser egipcio.

Lacan dirá que el asesinato de Moisés era necesario porque Moisés volverá por la vía de la represión a través de los profetas. Situará la historia de Moisés en la lógica del síntoma: represión y retorno de lo reprimido.

Freud siguiendo a Sellin sostendrá que Moisés fue asesinado por los suyos, y que al asesinato siguió el olvido, la represión, y varias generaciones más tarde en una región llamada Madián surgió otro Moisés. Este segundo Moisés llamado el Madianita encarna el retorno de lo reprimido, la expresión de la represión del asesinato del Padre fundador, del legislador.

Destacó Manuel Fernández Blanco que el mito de Tótem y tabú sirve para poner de relieve el retorno del amor al padre que sigue al asesinato y cómo la muerte del padre no sólo no abre la vía del goce, que su presencia supuestamente prohibía sino que refuerza -dirá Lacan-  su prohibición. Es decir que matar al padre, para acceder al goce que este prohibía, refuerza la prohibición del padre a causa de la ambivalencia frente al padre, figura odiada y al mismo tiempo amada. Así pues, tanto Edipo como Tótem y Tabú y Moisés, parten del asesinato del padre. Un padre, para Freud, existe a partir de su asesinato, no solamente desde su muerte. Este es el denominador común de los tres mitos freudianos.

Jacques-Alain Miller en su curso Un esfuerzo de poesía (6) nos dice: “Si Freud se ocupa del culto monoteísta, es en la medida en que reconoce en él lo más precioso de la cultura (...) El Moisés es la escenografía del traumatismo y de la repetición. Cuando Freud considera el Uno del monoteísmo, el Un-Dios, se ve llevado a hacerlo advenir como traumatismo, es decir, como acontecimiento surgido del exterior. Por eso hace de Moisés un egipcio. El Uno viene del exterior”. Manuel Fernández Blanco propone aquí pensar en la lógica del trauma: El trauma es algo que no se deja asimilar en las redes del significante, en el Otro. Por eso su carácter es el de inasimilable, de real. Miller sitúa a Moisés como un cuerpo extraño en el pueblo judío. Y es precisamente por tener este carácter de cuerpo extraño, traumático, por lo que se instala la repetición, pues la repetición es lo que evita lo real siempre de la misma manera. Por eso las experiencias traumáticas se repiten, porque no se digieren. Se repiten en los pensamientos, en las pesadillas, porque lo simbólico no puede metabolizar lo real.
Miller dice más adelante: “En cuanto a Moisés, él mismo es la metáfora del padre originario, es un operador del que Freud tuvo necesidad para establecer la unión entre el padre de Tótem y tabú y el dios del monoteísmo: Esta lógica conduce al cristianismo y, para Freud el monoteísmo se realiza en el cristianismo, en la medida en que el cristianismo es progreso, desde el punto de vista del retorno de lo reprimido, al judaísmo originario”. El judaísmo originario es el que comete el asesinato del Gran Hombre. Miller señala entonces la discordancia que Lacan evidencia y concluye introduciendo la castración como homóloga al asesinato, veamos: 
“Lacan lo demuestra poniendo de relieve en la teoría de Freud una discordancia entre el mito de Edipo y el de Tótem y tabú. En el Edipo, el padre obstaculiza el goce y es preciso matarlo para acceder al goce de la madre, mientras que en Tótem y tabú matar no resuelve nada, puesto que su prohibición se eterniza” (7).
“Esta contradicción sólo se resuelve mediante la fórmula del complejo de castración, como tercero entre el Edipo y Tótem y tabú -no es un mito, no es un fantasma, e indica que el padre que Freud busca, que inventa a través de Darwin y a través de la Biblia, y cuyo forzamiento tiene que producir en relación a Moisés, es estrictamente equivalente a la castración del falo. Asesinato y castración son los dos nombres de la misma operación”(7). El asesinato conduce a la castración. Si uno piensa en asesinar para acceder al goce, lo que se encuentra es con la castración.
Manuel Fernández Blanco enfatizará las siguientes palabras de Miller: “si Freud busca febrilmente el asesinato (febrilmente se debe demostrar que Moisés fue asesinado) es porque, tanto en relación con el padre como con el falo, hace falta una simbolización, y no hay simbolización sin anulación” (7). De esta manera, Miller establece la articulación entre Edipo, Tótem y tabú y Moisés, a través de la necesidad –más allá de historietas- de pasar por una anulación para que se produzca una simbolización.

El desarrollo sobre la culpa y el superyó se puede seguir en la interesante conferencia que Manuel impartió en la Universidad de Granada (8).
Por último Manuel Fernández Blanco señaló que la lógica edípica pasada a través de Lacan es la metáfora paterna, es decir que con la pluralización de los nombres-del-padre al final de su enseñanza, Lacan nos enseñó que todo aquello que anuda significante y goce cumple la función de Nombre-del-Padre; siendo ésta la noción de punto de capitón: aquello que permite anudar significante y goce. Ésta es una cuestión central pues es un instrumento precioso para la clínica.

El apartado 2 de la lección 14 sobre el intelectual de izquierdas y el de derechas fue comentado como “una exposición aguda y divertida sobre ética e ideología”.
El intelectual de izquierdas lo define Lacan como un fool, un bufón, un loco, un inocente, un retardado. Manuel eligió llamarlo pueril, entendiendo puerilidad como la inocencia que excluye el cálculo del goce del otro, aquel que deja de lado la dimensión del goce.
El intelectual de derechas será definido como un knave, un canalla. Canalla en la medida que va más allá que el cínico. Un canalla que sabe que el goce existe y que todo discurso es semblante. Si el cínico sabe que el Otro no existe, que existe sólo el goce, el canalla sabe que el Otro no existe pero lo encarna para los otros. Hace semblante del Otro que no existe (se instala en el discurso del amo) y pregona y manda a los otros en función de su propio goce.

El amor al prójimo fue tocado a partir de la contundente cita de Freud que Lacan presenta para conmover los oídos de aquellos que les cuesta aceptar la maldad original del hombre:  
“[…] el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo” (9). El goce aquí es para Lacan un mal porque entraña el mal del prójimo. Amar al otro como a uno mismo es una crueldad, solo hay que pensar en cómo nos tratamos a nosotros mismos habitualmente.


Notas:
1.- Freud, S.: Tótem y tabú, en Obras Completas (9 tomos), Tomo V, pp. 1745-1850. Madrid, Biblioteca Nueva, 1972.
2.- Freud, S.: Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos, en Obras Completas, Tomo IX, pp. 3241-3324.

3.- Lacan, J.: EL triunfo de la religión. Discurso a los católicos. Buenos Aires, Paidós, 2005.

4.- Freud, S.: El malestar en la cultura, en Obras Completas, Tomo VIII, pp. 3056.
5.- Freud, S.: Moisés y la religión monoteísta, en Obras Completas, Tomo IX, pp. 3241-324.
6.- Miller, J.-A.: “Religión, psicoanálisis. La lógica del gran hombre”, en Freudiana 41, p. 28.
7.- Ibid., p. 31
8.- “Felicidad, culpa y depresión” Conferencia de Manuel Fernández Blanco en: http://youtu.be/ahbpY8pugIw
9.- Freud, S.: El malestar en la cultura, en Obras Completas, Tomo VIII, p. 3046.



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