La demanda de felicidad y la promesa analítica. Las metas morales del psicoanálisis

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Reseña de la clase impartida por Marco Focchi

María José Olmedo


Reseña de la presentación de MARCO FOCCHI de los capítulos XXII y XXIII del Seminario 7 de Jacques Lacan: La Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 20 de abril de 2013.

Marco Focchi destaca la actualidad del Seminario de la Etica del psicoanálisis a pesar de que fue impartido hace 50 años.
Estas dos lecciones conciernen a la política del psicoanálisis, la política entendida como lo que atañe a los objetivos del psicoanálisis.
De manera general se puede decir que la experiencia del psicoanálisis apunta a mejorar la condición del sujeto, lo que lleva a plantear la cuestión de qué significa la curación en psicoanálisis y a la noción de síntoma.
Focchi plantea que la última noción de síntoma aunque aún no está en este Seminario sobre la ética, es interesante  considerarla porque nos ayuda a articular el problema de los objetivos.

La diferencia entre la primera noción de síntoma y la última es que la primera definición en Lacan está fundada sobre el leguaje; el síntoma es una metáfora, es el paradigma mas clásico del psicoanálisis, en esta definición donde el significado está reprimido, la operación principal del psicoanálisis es la interpretación. Cuando se encuentra el significado reprimido, el síntoma deja de tener su función y desaparece.
La segunda definición de síntoma en Lacan es diferente, el síntoma con th ya no es un  significante de un sentido reprimido, sino el signo de algo que es el goce, que se construye como obstáculo, como sufrimiento, es algo que no se puede eliminar sin eliminar lo que constituye la vida del sujeto, el núcleo de su vida; de ahí lo que se define como reacción terapéutica negativa.
Así pues, el objetivo de "mejorar la condición del sujeto" es una operación muy diferente si se considera a la luz del síntoma, entendido como metáfora, o si lo vemos como signo de goce.

La demanda que formula el sujeto cuando se dirige al analista tiene que ver con la felicidad.
El tema de la felicidad es un tema político, como tal se plantea en la época de la revolución francesa y Lacan retoma la idea, que considera moderna, de que no hay satisfacción si no hay satisfacción para todos.
El nudo entre felicidad y política es un aspecto que hay que tener en cuenta.
La idea básica utilitarista de "desarrollar el máximo de felicidad para el mayor número de personas", está a la base de la consideración política de la felicidad en un sentido objetivo, lo que desplaza la felicidad subjetiva que es la que se demanda a los analistas.
La felicidad del lado de la política es algo que se demanda al amo, se vuelve pasiva. Por el contrario la felicidad subjetiva es activa, al igual que para  Aristóteles, es lo que se produce.

El psicoanálisis entendido como experiencia de verdad, hoy día no puede prescindir de como vienen las demandas de los pacientes, impregnadas de las opiniones de los medios, de la cultura en la que vivimos.
Las opiniones están articuladas en las demandas, son los problemas que se presentan en los nuevo síntomas, en los síntomas contemporáneos; entendidos como nuevas formas del síntoma no tanto como nuevas estructuras.
En este sentido es importante la opinión para comprender las formas en las que el malestar se va a presentar y la forma en la cual se presentan las demandas al psicoanalista, es preciso entender algo de esto para comprender las causas verdaderas.
La clínica del sujeto, que la escucha del psicoanalista privilegia, no va por tanto sin la clínica de la civilización.
Así pues están las nuevas formas del síntoma y también las nueva formas de las demandas.
 
Ahora a menudo la gente viene preguntando por la solución de un determinado problema, fijando los objetivos; es preciso un trabajo preliminar, para disponer a la gente a escuchar su inconsciente, que aparentemente no le interesa. No obstante es preciso pasar por esas vías, por esos procesos. Esa es la posición nada fácil del psicoanálisis hoy; hay que poder entrar en los laberintos, en las contradicciones, desentrañar lo que es la felicidad para cada cual.

A partir de la demanda de  felicidad Lacan se interroga a propósito de la feliz satisfacción de una tendencia, y esa pregunta le lleva a la cuestión sobre la sublimación. La definición clásica de Freud de la sublimación es “un modo de satisfacción, sin represión”, concepto al que hay que enfrentarse, no tanto como un modelo de la terminación del análisis, sino como un modo de interrogarse sobre lo que es el deseo en su carácter radical.

En estas lecciones Lacan hace referencia al héroe, contraponiéndolo al hombre común; el héroe es el ejemplo del hombre del deseo, el hombre deseante, el que conduce su deseo hasta el final, hasta el fondo, hasta lo que es el juicio universal, así lo dice explícitamente Lacan: “la realización del deseo se formula necesariamente en la perspectiva de juicio universal”.
Así pues, la cuestión radical del deseo es una cuestión que pone en juego la muerte, la relación con la  vida y con la muerte. La tragedia de Antígona es un paradigma en este sentido.
 
Es preciso considerar que la pulsión fundamental es la pulsión de muerte. Por otro lado Freud decía que en el inconsciente no hay representación de su propia muerte; ¿cómo enfrentar esa cuestión tan profunda y radical, que tiene un valor absoluto?
Marco Focchi nos indica que Lacan define aquí lo que es un precursor de la noción del semblante, que desarrollará10 años después del seminario sobre la ética.

Ante la falta en ser, una falta que nada puede llenar ni colmar, esa falta de ser es un marco vacío donde el sujeto encuentra su lugar, respecto al cual hay una relación con algo que  es un abismo, no es algo que se puede mirar tranquilamente, es un deseo de nada; para relacionarse con ese deseo tan radical, es preciso algo que lo vele. Es algo que Lacan define como la mirada central del deseo, es la mirada que indica el lugar del deseo como deseo de nada y que Lacan lo define con dos palabras griegas que busca en uno de los coros de la tragedia  de Antígona, esas palabras son   hímeros enargés, literalmente el deseo vuelto visible, lo que hace manifiesto lo invisible del abismo, es decir, el deseo de nada. Lacan recurre a unas referencias que se anteponen, que ponen un límite al hombre en relación al abismo.

Una de esas referencias es lo bello, lo bello en el arte.   Lacan toma un ejemplo en la imagen de un cuadro, “Los zapatos de los campesinos” que pintó Van Gohg, son unos zapatos abandonados que el campesino dejó después del trabajo; Lacan dice que ese abandono manifiesta la presencia de una ausencia, y pone esa idea en relación con la tensión temporal, lo interesante del comentario que hace Lacan del cuadro de Van Gogh, nos dice Focci, es que relaciona lo bello como signo del tiempo, en el cual la Cosa, Das Ding, transcurre, se muta, aparece y desaparece y en ese sentido indica la creatividad.

Esta definición de Lacan pone lo bello en relación con lo que pasa, lo que transcurre, lo que se mueve; lo bello no es lo eterno, como en el ideal clásico, sino lo que pasa, lo que se genera en el tiempo. Lo interesante de esto para los analistas, es que la producción de lo nuevo, lo que nos dice, es que lo que encontramos en una experiencia analítica no está predeterminado, que lo importante no son tanto las historias del pasado, que también lo son, sino la perspectiva de la producción de algo nuevo que va a reactivar el deseo.
La otra referencia es el Aidos, el pudor, es otra barrera, dice Lacan, que preserva de la presión directa de lo que es el centro de la conjunción sexual.
Focci concluye que tanto lo bello como el pudor se pueden comprender como efecto del falo, entendido como significante imaginario en contacto con la vida, la vida que siempre se escabulle.

Ahí donde Freud, en su texto "Análisis terminable e interminable", sitúa la roca básica del análisis, Lacan busca algo mas allá y comienza con una crítica, una relativización de la cuestión del falo; se desmarca criticando la concepción de la Ego Psycology, de que el bien supremo es alcanzar la sexualidad genital.
Para Lacan lo que la experiencia del análisis aspira a alcanzar en su punto terminal, no es tanto el bien supremo, sino la aceptación de lo que es la Até, entendida como el signo de condena que atraviesa las generaciones.

A la demanda inicial de felicidad, bonheur, que se le hace al analista, al final del recorrido la única respuesta es el malheur, la aceptación de la Até, de la desdicha, del signo de condena que atraviesa las generaciones; la idea de Lacan es que el análisis termina en el reconocimiento de una falta, tomando su última enseñanza podemos decir en el reconocimiento de un signo de goce, para lo cual es necesario entrar en la desdicha, en las antinomias del goce. La experiencia del análisis lo que viene a mostrar es que no hay bienestar sin malestar.

Al desmarcarse del Summum Bonu, Lacan se pregunta si el éxito de un análisis no consiste en el bienestar individual relacionado con lo que él llama "la administración de los asuntos, de los bienes". Su respuesta es una crítica a la perspectiva utilitarista, delimitando de manera muy clara dos campos, contrapone al campo de la administración de los bienes, lo que concierne a las comunidades burguesas, el ámbito del deseo.

La lógica que rige el ámbito de los bienes es la lógica del capitalismo, que consiste no en conservar sino en incrementar los bienes; lo que Lacan nos dice es que la relación exclusiva con los bienes amputa la relación con el deseo.
Lo que Lacan vio en esos años fue la totalización de la vida en la esfera de los bienes, el liberalismo salvaje que llega hasta una política de extinción del deseo.
Lacan quiere desenganchar la ética del psicoanálisis de la ética de los bienes, lo que es el objetivo del psicoanálisis es introducir al hombre en la vía del deseo.

En este Seminario Lacan muestra una dimensión muy dramatizada del deseo, el deseo en su relación fundamental con la muerte. Entiende que la experiencia analítica tiene que conducir al hombre frente a la realidad de la condición humana, que no es precisamente la felicidad ilusoria, sino que está más allá de la angustia, para dar cuenta de ello toma de Freud el término alemán Hilflosigkeit, el desamparo, punto en donde el sujeto se encuentra sin nada a lo que agarrarse, donde no puede esperar nada de nadie. La idea del final del análisis tiene que ver con el momento en el que el sujeto comprende que no puede pedir a nadie más que a sí mismo. Es lo que Lacan define en las últimas lecciones de su Seminario como el momento de lo imposible, "se llega al final de lo que es y de lo que no es".

Lacan ilustra todo esto a partir de dos ejemplos importantes como son Edipo y el rey Lear, dos figuras que eligen la vía de la renuncia pero de manera diferente.
En el caso de Edipo nos muestra que sigue la vía del deseo, empujado por su deseo de saber pone en juego su vida, lo que le lleva a exceder los límites llegando a un punto radical en relación al deseo.

Por el contrario el rey Lear no tiene la misma relación con el deseo, no entra en la zona donde el deseo roza la muerte; Lacan considera que está errado, aquí hace una reflexión sobre la naturaleza de las obligaciones y la complacencia moral, entendida como una justificación que el hombre se da para ocultar su miedo a los riesgos que van en la dirección de su deseo.

Lo que muestra la experiencia del análisis es que resulta más cómodo someterse a la prohibición que exponerse a la castración, donde uno se enfrenta con lo imposible que está en el fondo del deseo.