El sueño del padre muerto: Él no sabía que estaba muerto. El sueño de la pequeña Anna. El sueño del padre muerto: Según su anhelo.
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El sueño del padre muerto: Él no sabía que estaba muerto. El sueño de la pequeña Anna. El sueño del padre muerto: Según su anhelo.

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Reseña de la clase impartida por Vicente Palomera


Graciela Briceño


Reseña de la presentación de Vicente Palomera de los capítulos 3 al 5 del Seminario 6 de Jacques Lacan: El deseo y su interpretación, en el Seminario del Campo Freudiano en Granada el 21 de noviembre de 2015.


INTRODUCCIÓN

    Vicente Palomera presenta esta segunda sesión sobre el Seminario 6, indicando que va a trabajar los primeros tres capítulos de los cinco reunidos por Jacques-Alain Miller en el apartado Del deseo en el sueño. Para ello plantea un recorrido organizado en cinco puntos que le permiten articular las orientaciones que da Lacan en estos capítulos. Estos puntos son:
1. El sueño de la pequeña Anna
2. Enunciado, enunciación y deseo
3. La negación (o tácticas de elisión del sujeto)
4. El “borramiento” del sujeto
5. El dolor de existir

1.- EL SUEÑO DE ANNA

    Para Lacan, este sueño tiene un valor paradigmático y le sirve para tratar cuestiones sobre la continuidad y la discontinuidad del deseo, el lenguaje, lo simbólico, la constitución del sujeto y su articulación con el lenguaje, la necesidad, la demanda y el deseo.
    El sueño es “pescado” por Freud en el momento que ocurre, por lo que se trata de significantes en su texto actual, a diferencia de los sueños contados por el soñante a un interlocutor, que suponen una construcción en retrospectiva. Ocurrió que Anna, hija menor de Freud, con diecinueve meses de edad, había vomitado varias veces por la mañana y la mantuvieron en ayunas el resto de aquel día. Por la noche de ese “día de hambre”, mientras duerme se le escucha decir en su habla infantil: “Anna F(r)eud, f(r)esas, f(r)ambuesas, bollos/flan, papilla”. El sueño muestra claramente la realización del deseo al aparecer allí los objetos del deseo de la niña, son significantes que apuntan justo a lo que había sido prohibido en la vigilia. Lacan dice que es un sueño que muestra la desnudez del deseo, siendo propio de los sueños infantiles, en los que el deseo se expresa de manera directa, a diferencia de los sueños adultos, en los que opera la censura.
    Siguiendo a Lacan, Palomera plantea algunas preguntas. Primero, ¿cómo aparecen estos significantes? Aparecen floculados, en unidades discretas, fragmentados. Segundo, ¿de dónde obtienen ese carácter fragmentado? De la cadena significante, del orden simbólico que agujerea lo real. Estos objetos fragmentados representan un campo de objetos, un campo de objetos discontinuos. En este sentido, Lacan va a plantear que el deseo es continuo mientras que los objetos del deseo son discontinuos y que es de esa continuidad del deseo que los objetos obtienen una unidad. Para Lacan lo real es continuo y lo simbólico, discontinuo. Ese campo continuo de lo real está orientado por el vector del deseo.  Es el deseo el que mantiene la unidad de estos objetos diversos, fragmentados por el efecto de la cadena significante, de lo simbólico.  
    El deseo no es sin objeto. Aunque faltan algunos años hasta que Lacan desarrolle las diferencias entre el objeto del deseo y el objeto causa del deseo, ya en este seminario aparece el deseo como orientado por los objetos deseados. Estos objetos discontinuos son puntos de floculación, de condensación del campo continuo del deseo.


2.- ENUNCIADO, ENUNCIACIÓN Y DESEO

    Este sujeto que desea objetos y realiza su deseo en un sueño es el sujeto que habla, a decir de Lacan. Este “sujeto que habla” lo es porque para obtener lo que necesitaba tuvo que pedirlo y lo hizo mediante el lenguaje. El sujeto debe pasar por la demanda hecha al Otro, depende de la demanda, del deseo de ese Otro para recibir su sostén vital. Es decir, el sujeto debe pasar por la rejilla del lenguaje, a decir de Palomera, para demandar al otro. Se trata de un esfuerzo tremendo, aunque pueda parecer fácil o banal y algunos sujetos se resisten a este acceso al lenguaje, al orden de lo simbólico. El lenguaje, al introducirse en el ser viviente introduce otra ley, que es del orden de lo real, de lo real del lenguaje y no de lo biológico. Es lo que Lacan llama la motérialité, la materialidad de las palabras en el cuerpo.
    Lacan dice que el campo del deseo es aquel donde intentamos articular las relaciones del sujeto con el objeto. ¿Y qué es el deseo? Todo lo que regula al sujeto con sus objetos; objetos que no son de la necesidad sino precisamente, del deseo. Esta relación es problemática y compleja, no hay armonía con el objeto, siempre hay algo que “no va”. Palomera refiere esto como una anticipación de lo que Lacan expresará años más tarde como que “No hay relación sexual”. Es esa complejidad lo que Lacan pretende representar con el losange en la fórmula del fantasma.
    Volviendo al sueño de la pequeña Anna y tomándolo en relación con el grafo del deseo, que es una estructura de dos pisos. El primero es del campo de lo continuo: los dichos, es decir, del enunciado, aquello que es claro y sólido, que obtiene su unidad de la solidaridad sincrónica del significante (…) algo que participa de la unidad de la frase (p.84). El segundo piso es el del campo de la discontinuidad.  Palomera se plantea entonces cómo conciliar esta unidad o solidez de la frase y la discontinuidad del significante. La cadena significante es la respuesta; una estructura que eslabona elementos discretos en una unidad, en una continuidad. Esto va a tener consecuencias en la clínica, por ejemplo, cuando se plantea el desencadenamiento en la psicosis, es la idea de que esta unidad de elementos discretos enlazados por una lógica se rompe.
    Entonces, ¿dónde está la frase, es decir, la demanda, en el sueño de Anna? Suponemos que hay frase y no simple sucesión de significantes, que están diferenciados en su función, siguiendo unas reglas sintácticas y gramaticales. Anna se nombra a sí misma, se cuenta, como si se tratara de un mensaje radiotransmitido, con emisor, receptor y mensaje. No se sabe a quién se dirige pero Anna, al nombrarse, establece una escena –la escena del Otro—con lugares diferenciados, ella como sujeto y unos objetos separados. Sin embargo, el sujeto de lo dicho, del enunciado y el de la enunciación no están diferenciados. Es algo que no ha ocurrido aún, algo de la estructura que falta por precipitarse. No se trata de un estadio evolutivo, piagetiano, falta una operación crucial: que el sujeto pueda descontarse, que quede elidido en lo que dice.
    El sujeto primero es hablado por el Otro, en el discurso del Otro. Nombrarse en lugar de decir yo equivale a a decirse sujeto tras el discurso del Otro, son los otros los que llaman al sujeto por su nombre. Anna se nombra en lugar de decir Yo, se dice en el sueño bajo el discurso del Otro pero es a la vez el sujeto que habla, el sujeto de la enunciación. Ambos sujetos están mezclados. El test de Binet recoge este cambio subjetivo, cuando da a elegir a un niño entre dos afirmaciones: “Tengo tres hermanos: fulano, mengano y yo” o “Somos tres hermanos: fulano, mengano y yo”. Cuando elige la primera alternativa, el sujeto no sabe descontarse. Se trata de una operación de sustracción, de borramiento, de una forma de negación a partir de la cual se constituye el sujeto. De este orden es el primer No del niño pequeño, es una gran conquista, la posibilidad de diferenciarse del Otro. Palomera señala que toda la teoría de Freud se construye a partir de una defensa, de una negación que puede tomar la forma de la represión, de la forclusión o de la renegación.

3.- LA NEGACIÓN Y OTRAS TÁCTICAS DE ELISIÓN DEL SUJETO

    Así, el sujeto se desaparece en lo que dice, negando(se), para entonces aparecer fugazmente y luego desaparecer otra vez.  En todos los casos, se trata de decir—de enunciar—algo sin decirlo o no decirlo, diciéndolo. El inconsciente sería entonces la suma de esas diversas formas de contradicción, de esos absurdos en los que falta algo, de las discordancias y las desadaptaciones del sujeto. Ese sujeto que se elide en lo dicho, mediante algunas estrategias que Palomera describe a continuación, desde la más directa a la más compleja.
La negación: descrita por Freud en su texto de 1925, en su ejemplo célebre: “Me pregunta usted quién puede ser esa persona de mi sueño. Mi madre, desde luego, no”. La negación es secundaria a una afirmación precedente. Es la forma primaria del rechazo y  la negación entonces recae sobre el sujeto del enunciado.
Negar que se dice lo que se dice. En este caso, no es el enunciado lo que es negado sino quién lo dice, el locutor niega que sea quien sostiene el enunciado, como si citara lo dicho por alguien más. La negación cae sobre el sujeto de la enunciación.
La censura. Es una forma más radical de negar la afirmación. Es del orden de lo que sucede en los sueños, cuando para rechazar lo intolerable se le sustituye por algo distinto pero aún así, deja una huella, una señal de que se ha borrado algo. Puede ser  algo que resulta ininteligible o absurdo en lo manifiesto y esto, la borradura misma, se convierte en un significante. Palomera pone como ejemplo a Robinson Crusoe, cuando marca con su bastón la huella de Viernes y también lo que ocurrió con la censura española y la película estadounidense Mogambo, en la que para eliminar el adulterio de la trama -contenido inadmisible—se convierte a la pareja involucrada en hermanos, con lo que se plantea una situación incomprensible que hace pensar en un incesto.
El “no del no”: Sería un segundo nivel de censura y consistiría en borrar la borradura, un “blanco” que  llama la atención y se convierte en un significante en sí mismo. Borrar y tachar lo borrado. Una doble negación que lleva a la afirmación de partida.
El absurdo: ¿Cómo hacer para decir no sin decirlo? Puede ser mediante lo absurdo. Se trataría de un “elemento expresivo de un repudio particular y violento del sentido designado” (Sem6, p. 108).
El síntoma: al tratarse de una sustitución, es también una forma de elisión del sujeto. El síntoma no habla, es una manera de decir no sin decirlo. Se trata de la mentira del síntoma, proton pseudos, en la que en el lugar de una cosa hay otra. Por ejemplo, las crisis de histeria de las que habla Freud, en las que simultáneamente hay un rechazo de la representación reprimida y una representación en acto de lo rechazado.
El no discordancial:  Se trata de la discordancia entre el enunciado y la enunciación, y lo que queda allí señalado es justamente por donde se filtra el deseo. Aparece como una falta de de correspondencia entre lo dicho (enunciado) y la forma de decirlo (modalización de la enunciación). Lacan ve esta operación en el ne expletivo de la lengua francesa. La nota del traductor pone como ejemplo en español las expresiones del tipo “No… hasta que no…”. Las expresiones expletivas suponen la presencia de formas negativas aparentemente inútiles que para Lacan se sitúan entre el proceso de la enunciación y el del enunciado, descendiendo desde la primera hacia el segundo (p.98).  

4.- EL BORRAMIENTO DEL SIGNIFICANTE, LA ELISIÓN DEL SUJETO Y EL FANTASMA

    Siguiendo a Lacan, “En el origen, entonces el sujeto se constituye en el proceso de distinguir el yo de la enunciación con respecto al yo del enunciado” (p. 98). El sujeto se borra, se desvanece en lo que dice. Pero hay una desaparición aún más radical que es el borramiento del significante: “...no hay otro signo del sujeto que el signo de su abolición como sujeto, ese signo que se escribe como $” (Sem6, p. 119). La conocida fórmula de Lacan “el sujeto es representado por un significante para otro significante” supone en primer lugar que el sujeto ya no está pues algo se encuentra en su lugar, sustituyéndolo. El sujeto está borrado, elidido. En este sentido, cuando uno es “hablado” por los conocidos, está como objeto en el discurso del Otro. En la clínica se recoge que esta posición de objeto puede resultar incómoda o francamente desagradable, con independencia a veces de que se hable bien o mal del sujeto. Esta abolición radical del sujeto hablado por el Otro, representado infinitamente por un significante para otro significante conducirá hacia la muerte, como aquel lugar en el que el sujeto permanece hablado o escrito a perpetuidad por el Otro, eternizado como puramente representado por el significante.

5.- EL DOLOR DE EXISTIR
    El sujeto del sueño del padre muerto siente un dolor próximo a la experiencia del dolor de existir, cuando el deseo ya no está. La melancolía sería un ejemplo de la “existencia cuando no la habita nada más que esa existencia misma, y cuando todo, en el exceso del sufrimiento, tiende a abolir ese término inextirpable que es el deseo de vivir” (Sem6, p. 107). El budismo por ejemplo, propone abolir el deseo como un intento de erradicar el sufrimiento, al no sentir el dolor por la falta de los objetos de deseo. Sin embargo, Lacan plantea que el dolor de existir ocurriría precisamente cuando la existencia es abandonada por el deseo. El deseo entonces puede permitir obtener algo de lo vivo, para salir de la posición de mortificación por la abolición de la muerte, en el sujeto hablado o escrito eternamente. Es lo que viene a interponerse entre el sujeto y esa existencia insostenible, viene a aliviar ese dolor y sirve de soporte o sostén. En el caso del sueño del padre muerto, el sujeto ante el abismo de una existencia sin deseo, a la que lo confrontaba la agonía de su padre por lo que también tiene de amenazante para él, se reconecta con el deseo mediante el “según su anhelo”: “no convoca a cualquier soporte de su deseo, a cualquier deseo, sino al más próximo y al más urgente, al mejor, a aquel que por mucho tiempo lo ha dominado, a aquel a quien ahora ha abatido y a quien ahora necesita hacer revivir imaginariamente durante cierto tiempo” (p. 134).  Ante la pérdida de esa protección o escudo que el padre representaba, el sujeto construye así una “pasarela” para enlazarse de nuevo con su deseo, convoca a un fantasma, que Lacan formula por primera vez en este Seminario: ($<>a).  En el caso de Hamlet, instalado en el dolor de una existencia sin deseo, éste se vale del fantasma del padre muerto que le permite recuperar su deseo, mediante esta interposición de algo del orden de lo imaginario.

CONCLUSIÓN:

    Aunque faltan algunos años para los desarrollos de Lacan sobre el estatuto del objeto, especialmente del objeto a, ya en este seminario el deseo no puede ser sin objeto. “No hay deseo puro” dirá algunos años más tarde pero este principio está vigente también en el Seminario 6. Hay otras anticipaciones, como la del pulsión vital respecto al “Goce Uno” , la articulación del deseo a un punto de real cuando se habla en este seminario del “deseo de vivir” y finalmente el fantasma como defensa pero no ya frente al deseo sino a lo real, el fantasma como defensa frente al goce.
    También Palomera refiere un testimonio del pase que le sirve para ilustrar cómo el fantasma da el sostén que permite soportar el dolor de existir. Se trata de una AE que da cuenta como la visión y la mirada se habían solidificado en la presencia constante de su madre fallecida siendo la sujeto una criatura de meses: “¡Ay! ¡Si su madre la viera!”. La madre muerta para ella y ella muerta para la madre, mirándola eternamente: sujeto y deseo abolidos en esa eternidad. A semejanza del sueño del padre muerto, el fantasma se articula con el deseo de la sujeto para poner límite al dolor de una existencia sin deseo. La interpretación de su analista sobre un “niño robado” por la AE a una colega- que cuando ocurre el “robo”dicha colega está enferma y finalmente muere- convoca algo del fantasma y logra separar mirada y visión y terminar con esa eternidad de la mirada materna: “él no la va a ver morir, ella no lo verá crecer”.
    Palomera concluye así este recorrido la investigación de Lacan, “sinuosa pero al mismo tiempo constante” acerca de qué constituye el inconsciente en tanto esa hiancia, esa discordancia entre el enunciado y la enunciación: es el precio que pagamos por ser seres hablantes, que antes de hablar ya somos hablados por el Otro, es la marca de nuestro paso por  el Otro.

Graciela Briceño

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